Algo que me queda



“Algo que me queda” es un proyecto fotográfico que documenta el envejecimiento, los cuidados y la muerte de mi abuelo.

Valentín y Ofelia son mis abuelos, se conocieron en Galicia, donde vivían. Emigraron de Galicia a Barcelona por trabajo
y supongo que para tener una vida mejor, como casi todas las personas que emigran. Estuvieron muy presentes en mi vida porque muchas veces nos cuidaban a mí y a mi hermana y vivían al lado de nuestra casa. Mi abuelo era conductor de autobuses, se pasaba los días conduciendo. Dicen que era un hombre fuerte y que siempre estaba haciendo cosas, que trabajaba mucho.

En 2019 volví a casa de mis padres después de un tiempo fuera. No tenía trabajo y mi abuelo había empeorado, así que empecé a ayudar a mi abuela cada día con los cuidados a mi abuelo. Nuestras manos se convir- tieron en las suyas. La cama ortopédica era un nuevo miembro de su cuerpo. Durante un tiempo, mi abuela y yo nos unimos más, pasábamos mucho tiempo juntas y nos convertimos en amigas, nos contábamos nuestros secretos. Emergieron nuevas prácticas de cuidados que no conocíamos, que eran particulares de la atención a una persona mayor dependiente. A la lista de la compra se añadieron productos gelatinosos para que no se atragantara. Hacíamos ejercicios con su cuerpo para que no le sa- lieran llagas. Después empezó la pandemia y tuvimos que ir con más cuidado, añadiendo cada vez más elementos al escenario.

Entonces empecé a hacer fotografías de lo que pasaba en su cuarto, el cuál se había convertido en el único paisaje que veía mi abuelo día tras día.




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Rosa a las 20:00h



Antes de hablar con Rosa, ya la había visto muchas veces. De vuelta a casa después del trabajo cogía un autobús que pasaba por esa esquina dónde Rosa daba de comer a las palomas. Eran alrededor de las 20:00h en primavera y la luz que traspasaba el montón de palomas aleteando alrededor de Rosa me resultaba hermoso. Así fue la primera vez que la vi. Después de un tiempo, ya no tuve que volver a coger ese autobús, pero empecé a salir a correr y mi ruta pasaba justo al lado de la esquina dónde se reunían Rosa y las palomas. Un día me saludó mientras corría. Me daba verguenza preguntarle si algún día podría hacerle fotos. Seguí corriendo muchos días más hasta que decidí acercarme a ella y preguntarle. Rosa fue encantadora, era risueña y alegre a pesar de muchas cosas difíciles que había vivido y que me contó en esa primera charla. Le hizo mucha ilusión que alguien quisiera hacerle fotos con las palomas, las amaba, las conocía individualmente, algunas tenían nombre. Al cabo de unos días fui con mi cámara, estaba preparada, se había puesto guapa. Estuvimos horas hasta que el sol se marchó. Me contó muchas cosas sobre las palomas, cosas que no sabía y su lucha por conservar ese encuentro a las 20:00h de la tarde. 


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